Los estamos perdiendo… y ni siquiera tienen cinco años

Este verano, durante mis vacaciones en la playa, viví una experiencia que me removió por dentro. Allí estaba yo, disfrutando del mar, cuando comencé a observar algo que me dejó helado: decenas de niños pequeños, algunos de apenas 2 o 3 años (pero de muchas edades que NO necesitaban el móvil para nada), sentados en la tumbona de una piscina o en la arena de la playa con los ojos pegados a una pantalla de móvil. Hipnotizados. Bobos. Desconectados.

Frente a ellos se extendía un universo infinito de posibilidades: olas que saltar, pelotas que van y vienen, cubos de arena esperando convertirse en castillos a orillas del agua, piedras y conchas marinas perfectas para coleccionar, cangrejos jugando al escondite, peces brillando bajo el agua. El verano les ofrecía bucear en el mar cristalino, chapotear en la piscina, incluso intentar hacer surf en las olas más pequeñas. La vida real, en toda su magnificencia, esperándolos.

Pero ellos no veían nada de eso. Sus pequeños dedos deslizándose mecánicamente por una pantalla de pocas pulgadas mientras la inmensidad del océano o la piscina los llamaba sin respuesta.

Esa imagen me obsesionó durante días. Y me hizo reflexionar sobre mi propio hijo, Bruno, que con 6 años para 7, sigue sin tocar un móvil. Durante esas mismas vacaciones lo vi disfrutar cada momento: atesorar recuerdos de olas superadas y olas surfeadas, hacer grandes amigos nuevos cada día, participar en juegos de verano y gimkanas, correr detrás de un balón de fútbol, jugar a las palas en la orilla, quedarse embobado mirando las estrellas por la noche. Viviendo cada momento intensamente para llevárselos siempre consigo.

La diferencia era abismal. Mientras otros niños de su edad permanecían inmóviles frente a una pantalla, Bruno coleccionaba experiencias reales, emociones auténticas, recuerdos que formarán parte de él para siempre.

Porque esa escena que presencié en la playa no es una excepción: se repite con alarmante normalidad en los parques, en las salas de espera, en restaurantes, en las casas. Un bebé de apenas un año con los ojos clavados en una pantalla. No es un caso aislado. Es la nueva normalidad. No grita, no molesta, no exige atención. «Mira qué atento está», dice alguien. «Así aprende», añade otro. Pero lo cierto es que, tras esa falsa calma, se está gestando una tormenta silenciosa.

Vivimos en la era de las pantallas y las excusas. Se dice que estimulan, que enseñan colores, formas, sonidos. Se cree que entretienen, que relajan, que facilitan la vida de los adultos. Y sí, lo hacen. Pero a costa de algo mucho más profundo: el desarrollo humano. Empezamos entregándoles un móvil a los 8 meses para que estén «quietos», y cuando queremos darnos cuenta, a los 8 años ya no sabemos cómo recuperar su atención sin una pantalla.

La responsabilidad es nuestra

Pero antes de continuar con los datos y estudios, hay algo fundamental que debemos dejar claro: los máximos responsables somos los padres. Ni los colegios y profesores, ni mucho menos las empresas tecnológicas o los gobiernos. La educación y protección de nuestros menores empieza por nosotros.

YO NO quiero que un gobierno o una gran empresa decida cómo debo controlar mi libertad ni la de mis hijos. Para eso los educamos: para que piensen por sí mismos y sepan elegir bien. La libertad real no es darles acceso ilimitado a todo, sino enseñarles a discernir, a valorar, a elegir conscientemente.

Es cómodo culpar al sistema, a las escuelas sobrecargadas, a las empresas que diseñan aplicaciones adictivas. Pero la realidad es más incómoda: somos nosotros quienes ponemos el móvil en sus manos. Somos nosotros quienes decidimos si un berrinche se calma con una pantalla o con paciencia. Somos nosotros quienes elegimos entre el silencio artificial de un dispositivo y el «ruido» natural de un niño siendo niño.

Los datos no mienten

Los números son devastadores. Un 40% de niños de 2 años ya tienen su propia tablet, según el último informe de Common Sense Media de 2025. Los niños de 0 a 2 años están expuestos a pantallas una media de 49 minutos al día, muy por encima del tiempo cero recomendado por las autoridades sanitarias.

La Organización Mundial de la Salud es categórica: los menores de 1 año no deberían estar expuestos a pantallas en absoluto, y los niños de 2 años no deberían superar 1 hora diaria. Sin embargo, solo 1 de cada 4 niños menores de 2 años cumple estas recomendaciones. Aquí personalmente iría más allá, cuando más tarde tenga exposición a un móvil mejor, no estoy de acuerdo con que la OMS hable de no más de 1 hora para más de 2 años de edad, debería ser CERO.

¿Las consecuencias? Un estudio australiano reveló que a los 6 meses de edad, los bebés ya están expuestos a una media de 1 hora y 16 minutos de pantallas diarias, aumentando a 2 horas y 28 minutos a los 24 meses. Más preocupante aún: algunos niños de 6 meses están siendo expuestos a más de 3 horas de pantallas al día.

El cerebro en construcción

Lo que está en juego no es solo el comportamiento: es el desarrollo cerebral. Un estudio pionero del Hospital Infantil de Cincinnati, publicado en JAMA Pediatrics, utilizó resonancias magnéticas para examinar los cerebros de 47 niños sanos de 3 a 5 años. Los niños expuestos a más tiempo de pantalla del recomendado mostraron menor integridad de la materia blanca cerebral, especialmente en áreas cruciales para el lenguaje y las habilidades de alfabetización.

Dr. John Hutton, director del estudio, explica que «esto es importante porque el cerebro se desarrolla más rápidamente en los primeros cinco años. Ahí es cuando los cerebros son muy plásticos y absorben todo, formando estas conexiones fuertes que duran toda la vida».

Los escáneres cerebrales mostraron una maduración acelerada en ciertas áreas básicas como el procesamiento visual, pero un subdesarrollo en otras áreas de orden superior que apoyan habilidades más complejas como el desarrollo del lenguaje, las habilidades de lectura y las habilidades sociales.

El déficit invisible

La neurocientífica Patricia Kuhl, una de las investigadoras más prominentes en desarrollo cerebral infantil, es contundente: «Lo que hemos descubierto es que los bebés pequeños, menores de un año, no aprenden de una máquina. Incluso si les muestras videos cautivadores, la diferencia en el aprendizaje es extraordinaria. Obtienes un aprendizaje genial de un ser humano vivo, y obtienes cero aprendizaje de una máquina».

Un estudio longitudinal israelí siguió a 179 familias y encontró que la exposición a pantallas a los 6 y 12 meses se asoció con un mayor riesgo de déficits de lenguaje y comunicación a los 36 meses, especialmente en familias de nivel socioeconómico medio y alto.

Los niños de 12 a 24 meses que pasaban dos horas al día frente a una pantalla mostraron hasta seis veces más probabilidades de desarrollar retrasos en el lenguaje. Y el problema se agrava si comenzaron antes: los riesgos de retraso en el lenguaje empeoraron si comenzaron el tiempo de pantalla antes de los 12 meses.

La televisión de fondo: el enemigo silencioso

Incluso cuando los niños no están mirando directamente, las pantallas causan daño. Los estudios muestran que cuando hay televisión de fondo, los padres tienden a hablar menos y ser más pasivos en sus interacciones con sus hijos. La televisión de fondo ha demostrado tener efectos negativos en el uso y adquisición del lenguaje, la atención, el desarrollo cognitivo y la función ejecutiva en niños menores de 5 años.

No estamos educando. Estamos anestesiando.

Y las consecuencias no se verán solo hoy. Las veremos —las estamos viendo ya— cuando esos niños entren en la adolescencia. Cuando necesiten resolver conflictos sin emojis, cuando deban esperar y no puedan soportar la frustración, cuando busquen relaciones reales y no sepan sostener una mirada. Los estudios asocian el tiempo excesivo de pantalla con mayor ansiedad, síntomas depresivos, menor calidad de vida, menor bienestar psicológico, menor funcionamiento escolar, menor rendimiento académico y menor autoestima.

Estamos criando generaciones impacientes, frágiles, hipersensibles al aburrimiento y cada vez más desconectadas del mundo real.

Habrá quien diga que esto es catastrofismo, que cada época ha tenido sus miedos. Pero este es distinto. Porque nunca antes habíamos delegado tanto la crianza en una interfaz táctil. Nunca antes habíamos confundido estimulación con dopamina instantánea, ni aprendizaje con scroll infinito. Les hemos robado la oportunidad de aburrirse, de imaginar, de descubrir el mundo con las manos y no con el pulgar.

La realidad de las familias

No se trata de demonizar la tecnología. Se trata de recuperar el control, de entender que las pantallas no son niñeras, ni consuelo, ni recompensa. Son herramientas, y como tales deben usarse con criterio, con límites, con conciencia.

Los niños pequeños ahora promedian dos horas y media de tiempo de pantalla diario, principalmente viendo contenido de video de formato corto. Y sabemos por qué: muchos programas, aplicaciones y juegos para niños pequeños están diseñados para ser especialmente atractivos en dispositivos portátiles. Cuanta más autonomía tienen los niños sobre estos dispositivos, más peligro representan.

Lo preocupante no es solo lo que hacen frente a la pantalla. Es todo lo que no hacen mientras están frente a ella. No corren. No trepan. No se ensucian. No exploran. No se pelean ni se reconcilian. No practican la espera. No experimentan el error. Los niños pequeños necesitan su dosis de aburrimiento. Les enseña a lidiar con la frustración y controlar sus impulsos. Si los niños pequeños están siendo constantemente estimulados por pantallas, olvidan cómo depender de sí mismos o de otros para entretenerse.

El camino de vuelta

La investigación ha demostrado que el tiempo de pantalla inhibe la capacidad de los niños pequeños para leer caras y aprender habilidades sociales, dos factores clave necesarios para desarrollar empatía.

Sí, este texto generaliza. Porque a veces hay que sacudir con fuerza para que algo se mueva. Porque si no lo decimos así, seguiremos mirando hacia otro lado. Es urgente poner freno. Es urgente devolver la infancia a los niños. Volver a hablar, a leer juntos, a jugar, a aburrirse. Apagar la pantalla. Encender el vínculo.

Como dice la OMS: «Lo que realmente necesitamos hacer es devolver el juego a los niños. Se trata de hacer el cambio del tiempo sedentario al tiempo de juego, mientras protegemos el sueño».

Quizás aún estemos a tiempo. Pero no lo estaremos mucho más.


Fuentes principales:

  • Common Sense Media (2025). The 2025 Common Sense Census: Media Use by Kids Zero to Eight
  • Hutton, J.S. et al. (2020). Associations Between Screen-Based Media Use and Brain White Matter Integrity in Preschool-Aged Children. JAMA Pediatrics
  • Organización Mundial de la Salud (2019). Guidelines on Physical Activity, Sedentary Behaviour and Sleep for Children under 5 Years of Age
  • Slobodin, O. et al. (2024). Infant screen media and child development: A prospective community study. Infancy
  • Sociedad Canadiense de Pediatría (2024). Screen time and preschool children: Promoting health and development in a digital world