Durante años nos han vendido una idea muy cómoda: paga una suscripción y tendrás “todo” el cine, toda la música, todos los libros en tu móvil o en tu tele, e incluso cualquier aplicación que te imagines pagando «comodamente» cada mes. Sin preocupaciones, sin descargas, sin discos que se rayan. Un clic y listo.
Suena bien… hasta que empiezas a fijarte en los detalles:
series que desaparecen de un día para otro, discos que se sustituyen por una versión distinta, películas que “habías comprado”, música que deja de estar disponibles por que sí y como de repente ya no están disponibles en tu biblioteca. Aplicaciones que desaparecen o dejan de tener soporte para tu sistema operativo y no puedes volver a la versión de ayer que si funcionaba, además de que te exigen tener Internet para verificar que pagas, y sino hay Internet no funcionará.
Ahí es donde te das cuenta de algo bastante incómodo:
👉 en el mundo digital actual, casi nunca eres dueño de nada, solo alquilas acceso con muy buena puesta en escena.
En este artículo quiero contarlo en primera persona:
cómo hemos pasado de “tenerlo todo” en nuestros discos duros a vivir en un gigantesco videoclub alquilado, software SaaS en la nube, y cómo estoy intentando recuperar, poco a poco, parte de esa propiedad perdida.
Cuando internet era más feo… pero era más nuestro
Los que vivimos la primera gran oleada de internet en España recordamos bien aquella época:
- módem ruidoso para conectar a nuestra BBS favorita,
- conexiones lentas con modem de 28800bps,
- páginas horribles, aunque bonitas para su época,
- pero una sensación de libertad brutal.
Descargábamos música, películas, juegos, aplicaciones para Windows freeware, shareware, nuestro PhotoShop que pagábamos y usábamos durante años sin actualizar, distribuciones de Linux…
Algunas cosas eran legales, otras no tanto, pero había algo muy claro:
lo que llegaba a tu disco duro era tuyo mientras quisieras conservarlo.
Podías:
- hacer una copia en un CD o tus disquetes,
- prestarlo a un amigo,
- guardarlo en un disco externo,
- volver a escucharlo o instalarlo dentro de 10 años sin pedir permiso a nadie.
Era un caos, sí. No idealizo la piratería ni mucho menos.
Pero había una cosa que hoy echamos mucho de menos: control.
Cuando trasteaba con la BBS y baja software durante horas, o compraba esos disquetes o distribuciones de CD o DVD cargadas de aplicaciones libres freeware, shareware, open source y algunas otras. Poco después montaba servidores linux para servicios de hosting compartido, hacía páginas webs «feas» como Recursos Gratis, la primera versión de Ferca networks, y me conectaba a FTP con CuteFTP para Windows (comprado con su caja física y todo) o a los IRC con mIRC. Eramos los patrones de nuestros barcos, instalabas, descargabas. Internet era el medio, no el lugar donde vivían tus cosas.
Con el tiempo, esa lógica se dio la vuelta.
La era del “todo está en la nube”… mientras dure
Llegaron las RDSI, el ADSL, la fibra óptica, los móviles inteligentes o smartphones (especialmente el iPhone), las Smart TV. Pero además los ordenadores de sobremesa evolucionaron y los portátiles también llegando a poder conectarnos desde cualquier lugar, hoy lo veis como alto normal pero en el año 2000 o aseguro que no lo era tanto. Aparecieron Netflix, Spotify, Steam, Kindle, las tiendas de apps, la Suite de Adobe y el Microsoft Office en pago mensual… y nos convencieron de que lo lógico no era guardar cosas, sino conectarse a cosas.
En vez de comprar un disco, pagas una suscripción.
En vez de guardar una película o serie, la “tienes” en tu plataforma.
En vez de almacenar tus libros, “compras” un archivo que solo vive dentro de una aplicación.
En ves de comprar tu aplicación, pagas por usarla y tener la última versión, pero si dejas de pagar ya puedes usarla, estamos en el punto de que muchas aplicaciones funcionan en la web y con conexión, no se instalan en tu ordenador.
La palabra clave aquí es “licencia”.
Hoy, cuando “compras” una película, un juego, una aplicación o un libro digital, la mayoría de las veces lo que compras es una licencia limitada a:
- una plataforma concreta,
- unas condiciones de uso,
- las decisiones de una empresa,
- y el humor de varios departamentos legales.
Si mañana:
- cambian los derechos,
- suben los precios (algo que empieza a pasar de forma habitual cada año),
- cierran acuerdos con otra plataforma,
- o deciden limpiar catálogo para ahorrar costes…
esa película, disco musical, aplicación o libro digital que tú creías “tuya” desaparece. Y punto.
Lo he visto con:
- series que desaparecen de varias plataformas a la vez,
- juegos retirados de tiendas digitales,
- aplicaciones de todo tipo que desaparecen y no hay vuelta atrás,
- álbumes que se sustituyen por remasterizaciones que cambian temas, duración o mezcla,
- libros que se “actualizan” sin que puedas recuperar la versión anterior.
Y entonces te das cuenta de la frase dura pero real:
Si no puedes tenerlo offline, abrirlo cuando te dé la gana y copiarlo a otro sitio, no es tuyo.
Es un alquiler muy bien empaquetado.
¿Qué significa “propiedad” digital en 2025?
Visto así, la pregunta importante es: ¿qué significa hoy ser dueño de algo digital?
Para mí, en 2025, ser dueño de un contenido digital implica cuatro cosas muy concretas:
- Tener el fichero
El archivo está en tu poder: en tu disco, tu NAS, tu servidor.
Si mañana se cae internet, sigue ahí y tienes que poder seguir accediendo al él como prefieras. - En un formato abierto o documentado
Que puedas reproducirlo o leerlo con distintos programas y sistemas dentro de 5, 10 o 20 años.
Cuanto más estándar, mejor: MP3, FLAC, MP4, EPUB, PDF, ODF… Que aun tengo ficheros en algunas de las primeras versiones de CorelDraw que tarde mucho en recuperar, o ficheros comprimidos con Q que tuve la suerte de tener guardado el EXE de MSDOS. - Sin depender de llaves que no controlas
Si hay cifrado, tú controlas la clave. Si el acceso depende de un DRM que puede caducarse o revocarse, no es propiedad, es alquiler. - En un sitio que tú controlas
Puede ser un PC en casa, un NAS, un servidor en un proveedor en el que confías, incluso un disco guardado en un cajón.
Lo importante es que ningún cambio de condiciones de un tercero pueda borrarlo de un plumazo.
Cuando una de estas patas falla, vuelves al modelo de “te dejamos usarlo mientras nos interese”.
Cómo empecé a recuperar parte del control
En mi caso no hubo un momento concreto de “revelación”. Fue más bien un goteo de pequeñas broncas con la realidad:
- una serie desaparece justo a mitad de temporada,
- una película que había “comprado” deja de estar disponible en esa plataforma,
- un disco que llevaba años en una playlist es sustituido por otra versión,
- pero especialmente servicios que suben precios o cambian condiciones cada pocos meses.
Al final, como muchos, volví a algo que ya conocía bien: guardar mis cosas yo mismo.
No hablo de volver a los tiempos del todo pirata, sino de otra cosa:
- comprar música en formato digital sin DRM siempre que sea posible, de hecho volvemos a tener colección de discos en CD en casa,
- hacer copias locales de fotos y vídeos familiares,
- descargar copias legales de contenidos que realmente valoro,
- buscar software que pueda comprar y usar siempre que quiera sin cuotas y sin necesidad de validar con Internet,
- montar servidores propios para música, películas, documentos o notas (algo que ando experimentando poco a poco).
En mi caso, con mi deformación profesional, esto pasa por:
- tener un NAS,
- alguna máquina en casa,
- y servidores en infraestructuras que conozco muy bien.
Pero no hace falta llegar a ese nivel.
Con un PC viejo, uno o dos discos externos y algo de paciencia se puede avanzar muchísimo. Y lo más importante siempre tener copias de seguridad, además de discos duros se puede volver a grabar cosas en formatos como el DVD que para algunas cosas sigue teniendo su gracia.
Autoalojar no es solo para frikis: es un seguro de memoria
Cuando se habla de autoalojar (self-hosting), mucha gente imagina armarios racks, ruido de ventiladores y terminales llenos de comandos.
La realidad, para un usuario normal, puede ser mucho más sencilla:
Un esquema básico puede ser algo así:
- Organizar tu biblioteca
Empezar por poner orden a fotos, vídeos, música y documentos.
Nombrar bien los archivos, agruparlos por año, evento, proyecto… - Tener al menos dos copias
Una en tu equipo o NAS, otra en un disco externo que no esté siempre conectado.
Y si puedes, una tercera fuera de casa (otro domicilio o un almacenamiento cifrado en la nube). - Usar herramientas sencillas para acceder a tu contenido
- Un servidor de medios (Plex, Jellyfin, etc.)
- Un sistema de notas o documentos (por ejemplo, Nextcloud, o simplemente carpetas sincronizadas)
- Un visor de fotos autoalojado, si te animas.
- Pensar en local primero
Que todo funcione aunque se vaya internet.
El acceso remoto vendrá después si lo necesitas.
¿Tiene trabajo? Sí.
¿Requiere aprender algunas cosas nuevas? También.
¿Merece la pena para lo que realmente te importa? Para mí, sin duda.
No todo hay que poseerlo: elegir qué conservar y qué alquilar
Tampoco se trata de obsesionarse y guardar absolutamente todo.
Yo lo estoy enfocando así:
- Propiedad total
- fotos y vídeos familiares,
- copias de seguridad de mis proyectos,
- música o libros que para mí tienen valor especial,
- contenidos que he comprado sin DRM.
- Uso mixto (local + nube)
- documentos de trabajo,notas,material que necesito en varios dispositivos.
- Alquiler consciente
- series de moda,
- películas que solo veré una vez,
- música que no quiero comprar pero si escuchar,
- aplicaciones o juegos que sé que son algo temporal.
La diferencia con el modelo actual es esta:
antes confundía “lo tengo en la plataforma X” con “es mío”.
Ahora intento tener claro que, si no vive en mi infraestructura, no es realmente mío.
El precio de recuperar la propiedad (y por qué lo pago gustoso)
Ser dueño de algo en digital en 2025 tiene un precio:
- tiempo para organizar y aprender,
- dinero para algo de hardware,
- disciplina para hacer copias de seguridad y revisarlas de vez en cuando.
A cambio, gano algo que cada vez valoro más:
la tranquilidad de saber que parte de mi vida digital no depende de una cláusula en una página web o de los caprichos de una empresa.
No pretendo que todo el mundo se monte un mini centro de datos en casa.
Pero sí creo que, como usuarios, tenemos que dejar de creernos el cuento de que “comprar digital” es lo mismo que comprar físico.
No lo es.
Y si queremos que parte de nuestra cultura, nuestras memorias y nuestro trabajo no se evaporen en el próximo cambio de catálogo, tendremos que volver, aunque sea un poco, a algo muy simple:
➡️ guardar lo que nos importa, con nuestras propias manos, en sistemas que controlamos nosotros.
Al final, se trata de elegir qué quieres recordar
Cuando echo la vista atrás, veo claramente tres etapas:
- La época en la que descargábamos todo y lo guardábamos todo, con sus luces y sus sombras, pero con una sensación clara de control.
- La era dorada del streaming y las suscripciones, donde nos creímos que el acceso lo solucionaba todo.
- El momento actual, en el que empezamos a ver los límites de ese modelo y la necesidad de recuperar parte de la propiedad perdida.
No todo merece el esfuerzo de ser conservado.
Pero algunas cosas, sí.
Música, libros, películas, fotos, proyectos, recuerdos, algunas aplicaciones y juegos…
Si dentro de 10 o 20 años quiero seguir teniéndolos, sé que no puedo delegarlo todo en plataformas que cambian más rápido que mi memoria.
Por eso, poco a poco, estoy volviendo a algo muy básico:
- ficheros que controlo,
- formatos que entiendo,
- claves que no dependen de nadie,
- servidores y discos que puedo tocar con la mano.
En un mundo donde casi todo es alquiler, elegir qué quieres poseer de verdad es casi un acto de rebeldía tranquila.
Y, al menos en mi caso, es una rebeldía que pienso seguir practicando.
Imagen de AI free images.