Durante años hemos escuchado que los recursos del planeta son finitos, que el litio, el cobalto o el neodimio escasean, y que gran parte de ellos están concentrados en regiones geopolíticamente sensibles. Pero hay algo que me ronda la cabeza desde hace tiempo: ¿y si gran parte de esos recursos ya los tuviéramos en casa sin saberlo?
No hablo de nuevas minas, ni de exploración espacial. Hablo de los viejos móviles, discos duros, portátiles y aparatos electrónicos que guardamos —o tiramos— sin pensar en lo que contienen. Cada uno de esos dispositivos acumula metales valiosos, especialmente tierras raras, que son clave para fabricar desde motores eléctricos hasta centros de datos para inteligencia artificial. Y, sin embargo, los dejamos morir sin extraerles ni un gramo más de valor.
La economía circular tecnológica ya es posible
Lo más frustrante es que la tecnología para recuperar esos materiales existe. Empresas como Western Digital y Microsoft ya han demostrado que se puede reciclar de forma limpia y eficiente, con porcentajes de recuperación cercanos al 90 %. Incluso hay procesos que no requieren ácidos agresivos ni contaminantes.
Entonces, si el reciclaje funciona, ¿por qué no lo hacemos más?
Porque no hay suficientes incentivos. Y ahí es donde creo que deberíamos dar un giro.
¿Por qué no nos pagan de verdad por reciclar?
Muchas marcas nos ofrecen un pequeño descuento o nos permiten entregar el equipo viejo al comprar uno nuevo. Pero siendo sinceros, la mayoría de nosotros no nos molestamos en devolver un móvil antiguo por 5 euros o un bono de 10 %. Ahora bien, si supiéramos que dentro de ese teléfono hay materiales críticos que valen mucho más, y si existiera un sistema transparente que nos pagara por ello, ¿cambiaría nuestra actitud?
Yo creo que sí. Y no solo por el dinero, sino por la satisfacción de contribuir activamente a un modelo sostenible. La economía circular puede ser mucho más que un concepto bonito: puede convertirse en una fuente real de materias primas, reducir nuestra dependencia de otros países, y al mismo tiempo, ofrecernos a los ciudadanos una nueva forma de aportar valor.
¿Es posible? Absolutamente.
Lo que falta es voluntad. Instituciones, empresas tecnológicas y usuarios podríamos crear un sistema donde el reciclaje no sea solo una opción ecológica, sino también una oportunidad económica.
¿Y si recogemos de forma organizada todos esos dispositivos? ¿Y si damos trabajo a personas en el desmontaje, clasificación y recuperación de materiales? ¿Y si alimentamos nuevas cadenas de suministro locales con esos elementos reciclados?
Sería un cambio enorme. Pero factible.
Un pequeño gesto con gran impacto
Desde mi punto de vista, esto va más allá de una idea: es una invitación a repensar nuestra relación con la tecnología. Comprar, usar, tirar… no puede seguir siendo la norma.
Si queremos un futuro más sostenible, más justo y más autónomo, empecemos por lo que ya tenemos a nuestro alcance. Literalmente, en nuestros cajones.
Y sí, si algún día una empresa me paga de verdad por devolver un portátil antiguo lleno de tierras raras… yo seré el primero en hacer la fila.
¿Te ha pasado también que guardas viejos dispositivos “por si acaso”? ¿Te gustaría recibir algo más que un descuento por reciclarlos? ¡Cuéntamelo en las redes, puedes citar mi artículo o @carrero en X!